Él se prometía cada día liar sus bártulos y marcharse a un sitio nuevo, con un futuro nuevo, y abandonar esa tribu desgraciada a su propia estupidez. Pero cada noche se desvanecía su propósito y bebía hasta caer tumbado en el lecho. La molesta verdad era que no tenía dónde ir ni futuro que edificar. Lo mejor de él estaba allí: fe, esperanza y caridad prodigadas hasta el agotamiento, succionadas y malgastadas por una tierra estéril, pisoteadas por un pueblo ignorante y mal agradecido.
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