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martes, 19 de abril de 2011

León de Nemea.

Iré directa al grano.

Ayer al sacar al perro tuve que acercarme al supermecado. Como ya se sabe, los perros no pueden entrar, así que lo amarré en la puerta y lo dejé allí atado. Mientras me alejaba, tomó postura bípeda, hasta dándose por vencido, se sentó en el suelo abatido.

Estaba yo cogiendo los tallarines para el almuerzo, cuando oigo fuertes ladridos. Me olvidé del pan y demás cosas que debía coger y fui sin preámbulos a ver qué le pasaba al perro.

Y allí estaba él, como un león teniendo el tamaño de un peluche, ladrando a todo quien se intentaba acercar a él para acariciarlo. Pensé: parece que si no estoy yo presente, nadie tiene derecho a rozarle.

No le doy explicación, es un animal cariñoso y simpático. El caso es que ese comportamiento de ¿fidelidad? me arrancó una sonrisa. Será que los animales se parecen a sus dueños... (¡Una fiera!)


                                              Mi león de Nemea.

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